Cuando mis participantes de Coaching me preguntan que de dónde soy, respondo que soy Pereirano desde hace 15 años. Aunque nací en Bogotá, yo soy de dónde pago impuestos…
Sigo yendo con frecuencia a Bogotá pues finalmente es el lugar en el que viven mis papás y continúa siendo el centro de los negocios en Colombia. El hecho de no permanecer permanentemente allí me permite ver los cambios con una óptica diferente a quien vive el día a día de la capital.
Desde hace unos años vengo notando cómo a los bogotanos les ha cambiado dramáticamente su calidad de vida. No me refiero, como pensarán algunos, al tema de la movilidad. Ese es un tema tan caótico que salta a la vista y es demasiado evidente. Algo les pasó a los bogotanos que transformó la manera en que se comportan y muchos de ellos aún no son conscientes de ello: Ya no tienen tiempo.
Este curioso fenómeno empezó el día en que en Bogotá empezaron a cobrar el parqueadero por fracciones de hora y finalmente por minutos. Hace muchos años, cuando yo estaba chiquito, el parqueadero se pagaba por hora o fracción. Todo el mundo entendía que si se pasaba de la hora, le cobrarían una hora más. Eran reglas claras y sencillas.
De un tiempo para acá, empezaron a cobrar por cada 15 minutos. Eso llevó a que la gente mirara el reloj con mayor frecuencia. Los dueños de los parqueaderos adujeron que el costo de vida había subido tanto que era necesario cobrar más cara la hora y que muchas personas se habían quejado al tener que pagar toda la hora cuando utilizaban tan solo una porción de la misma.
No mucho después el cobro empezó a hacerse por minuto. Cada minuto que usted tuviera su carro estacionado, era un minuto más que pagaba. Este modelo de negocio tiene dos claras consecuencias desde mi punto de vista. La primera es que la hora de parqueadero se volvió carísima.
Mi amigo Juan Pablo sabe que la música clásica me fascina. Aprovechando una de mis visitas, me invitó hace unos meses a un concierto gratuito que se haría en un parque del Norte de la capital. Yo estaba feliz pues ese son el tipo de actividades que me gustan de una ciudad grande y que infortunadamente aún no están tan popularizadas en ciudades más pequeñas. Me puse una chaqueta abrigada y Juan Pablo llevó una manta para poner en el piso. El concierto se demoró más de lo previsto en empezar pero una vez que arrancó fue todo un deleite. Al terminar, recogimos la cobija, la doblamos y vi que Juan Pablo estaba inquieto por salir del parque. En el camino, me encontré con unos amigos de la universidad a quienes no veía hace mucho tiempo y me detuve a hablar con ellos y a ponernos al día. Juan Pablo empezó a mirar el reloj impacientemente y finalmente se despidió de mis amigos diciendo que teníamos que recoger el carro. Sin entender muy bien qué pasaba, yo también me despedí y salimos del parque. No es que fuera una carrera pero sí noté que la gente caminaba más rápido de lo usual. Al llegar al parqueadero le ofrecí a Juan Pablo que yo pagaba el tiquete pues había sido muy generoso al invitarme a acompañarlo al concierto.
Oh! En ese momento lo entendí… La prisa era por el parqueadero. Cada minuto contaba.
Vamos a ver, hagamos las cuentas. Un minuto de parqueadero vale $150. A 60 minutos por hora quiere decir que la hora de parqueadero vale $ 9.000. Wow! Es un precio realmente alto. Ese mismo valor pago en Pereira en el parqueadero de la 17 con 5 pero por todo el día. La verdad es que hay una diferencia entre pagar lo mismo por una hora o por todo el día… Ahí está la primera consecuencia. Las grandes ciudades se están volviendo muy costosas.
Pasemos a la segunda consecuencia que me parece más importante. El modelo de cobrar por minutos no se lo inventaron los parqueaderos. Se lo inventaron las empresas de telecomunicación celular. A los usuarios nos cobran por minuto por lo tanto la gente cuida mucho sus minutos. A pesar de que cada día los planes tienen más minutos incluidos, esto no hace que charlemos más. Hace que comuniquemos más peor no que nos conectemos más. La diferencia parece ser de tan solo unas letras pero en realidad es una diferencia abismal.
Cuando uno vive pensando en minutos, no tiene tiempo de hacer visita.
Cuando a uno le cobran el parqueadero por minutos no tiene tiempo para ser amable, no tiene tiempo para saludar, para preguntar por la familia de su interlocutor, no tiene tiempo para perder hablando del clima, no tiene tiempo para sonreírle al de al lado, no tiene tiempo para respetar la fila, en fin… al vivir por minutos no tiene tiempo de convivir.
AL GRANO
Uno de los grandes placeres de vivir en una ciudad intermedia como Pereira es que uno conoce a los que viven al lado y, de alguna manera, se preocupa por ellos. ¿Cuándo fue la última vez que usted se tomó realmente el trabajo de conocer a su vecino? No se trata de ser chismoso. Se trata de vivir en comunidad. Tomarse el tiempo para conocer a las personas que hacen parte de su vida diaria no solo es rico sino que es muy enriquecedor. A manera de ejemplo, esta pasada Navidad, unos vecinos a quienes eles tengo mucho cariño me pidieron el honroso favor de que hiciera de Papá Noel para los niños de la casa. Cómo lo disfruté…
En últimas se trata de enfocarse en tener sólidas relaciones humanas. Cuando la vida se vive por minuto, se pierde esa facultad de enfocarse en el otro. Tomarse el tiempo para sonreírle a la persona que está a su lado es importante. Nada nos cuesta ser más serviciales y más amables con los demás. Solo hasta que salimos de las grandes ciudades y tenemos la oportunidad de comparar con los habitantes de otras ciudades nos damos cuenta que ellos son mucho más amables. Son cordiales y están dispuestos a prestarle ayuda en lo que usted necesite.
TAREA
Para mejorar en sus relaciones personales y dejar de vivir por minutos, practique los siguientes ejercicios:
- Hable con las personas a su alrededor. Se sorprenderá al ver que ellos también tienen vidas interesantes
- Sonríale a las personas con las que se cruce hoy. Se dará cuenta que ellas le devolverán la sonrisa y usted se sentirá mejor. Con unos días de práctica lo convertirá en un buen hábito.
- Pregúntele a las personas con las que normalmente interactúa cómo se llaman y salúdelas por su nombre.
- Tómese unos minutos para ser amistoso. Hable de bobadas intrascendentes. Se dará cuenta del gran placer que produce.
- Demuestre un interés genuino por las personas. Todas son personas valiosas.
- Elogie a los demás. Busque algo bueno qué decir de las personas con las que interactúa. Al principio se sorprenderán pero vale la pena.
- Ayude a los demás. Haga una buena acción cada día.